30 mayo 2013

Fu Manchú, y De cómo la magia fue abandonada por la fotografía

Illusion Show no es un libro donde se expliquen secretos de magia, todo lo contrario, trata sobre la biografía de David Bamberg, que se hiciera famoso como Fu Manchú, pero por ello no deja de ser atrapante, a punto tal, que muchos magos lo consideran como su libro de cabecera.

En uno de los tantos relatos que se comentan a lo largo de las cuatro centenas de páginas del libro, aparece una anécdota que llamó mi atención. En realidad todo el libro atrajo mi curiosidad, pero alguna información complementaria que encontré sobre el tema, me impulsó a compartir esta historia.

Uno de los tantos tours en los cuales Fu paseó su espectáculo por innumerables lugares - especialmente de América Latina-, comenzó en la agonía del primer trimestre del año 1951, luego de una temporada exitosa en el Teatro Smart de Buenos Aires.

Las primeras presentaciones del show se realizaron en algunas provincias de Argentina, pasando después a Chile, Bolivia, Perú, Ecuador, previendo llegar a México para reafirmar sus éxitos de los años 40 en aquel país.

Pero no alcanzó ni siquiera a América Central. Aproximadamente en febrero de 1953 al llegar a Colombia, algo ocurrió.

Como en una de sus metamorfosis, su obsesión por la magia, se transformó en otra manía: la fotografía color.

Mientras experimentaba tomando fotos publicitarias y de su vestuario, su entusiasmo fue creciendo, y comenzó a desarrollar la técnica del revelado color, utilizando procedimientos de avanzada. Un nuevo proceso de fotografía color de la Compañía Kodak fue lo que lo deslumbró; no era fácil el método: colorantes en matrices de gelatina, transferencia de tintes y colores, baños químicos complicados, y otras menudencias, fueron lo que acapararon poderosamente la atención de Fu.

Se agregaba el hecho que en Medellín la temperatura media era de 21ºC, punto ideal para el trabajo en los baños de revelado, y completando lo anterior que terminó por convencerlo, el hecho que el mercado de la fotografía color, poco desarrollado en Colombia, prometía ser un excelente negocio.

Todo el combo era casi perfecto, pero faltaba un detalle más que sumaba a las ventajas anteriores. Desde hacía más de 25 años llevaba una vida nómade; era tiempo de tomarse un respiro con la magia y dedicarse a otra actividad.

La decisión no fue fácil, cada uno de los miembros del elenco fue enviado a su respectiva ciudad de origen, y acompañado solo con Khelmis, su joven y bella ayudante, y su representante, montaron un laboratorio color.

Pero en unos pocos meses, problemas con el negocio, su personalidad de trotamundos, pero por sobre todo el imán del arte de la magia, hicieron volver las cosas a su justo punto, máxime cuando un empresario mexicano no creyendo en su alejamiento de la magia, le ofreció un contrato para volver a los escenarios, por lo que rápidamente se deshizo de todo el equipamiento Kodak.

Como no podía con su genio, el tiempo libre que le dejaba el trabajo de las fotos, lo había utilizado para generar nuevas ideas.

En esos meses, Fu retomó un intercambio de correspondencia con Dariel Fitzkee, el recordado mago y escritor, autor entre otros de tres importantes libros conocidos como la Trilogía Mágica.

Fu había comenzado el contacto algunos años antes, expresando en sus primeras cartas su admiración por los escritos de Dariel, y pidiendo consejos respecto de un guión para una comedia musical basada en efectos mágicos.

Quizás lo frenético de las giras hicieron que se interrumpiera la comunicación, pero probablemente la “pausa mágica” auto impuesta en favor de la fotografía, hicieron que el intercambio epistolar comenzara nuevamente.

A mediados del 53, Fu comentó a Fitzkee acerca de su dedicación a la fotografía, y la oportunidad que le brindó aquel paréntesis. Aparte de despejarle el cerebro, le había servido para varias cosas: el aprendizaje de una nueva profesión, el conocimiento de un nuevo arte, la composición del color, y el poder armar un interesante conjunto de material publicitario para exhibir en el lobby de los teatros.

Además, el intermedio le sirvió para tomarse un descanso de la magia, generando algo de dinero para no morirse de hambre. Entre los comentarios, aprovechó la ocasión para comentar sus proyectos acerca de combinar magia con música, canciones y danza.

Aquel intercambio sirvió para la creación de uno de los éxitos de su carrera: La Hija de Satán.

Otro detalle que aporta a este tema, es otra carta que enviara Fu desde Colombia al mago argentino Yadú, amigo suyo que debutara con un grandioso espectáculo en el teatro Odeón de Buenos Aires pocos meses antes. Después de la crítica al show y otros temas, comentaba acerca de sus estudios sobre la fotografía color, lo que le había permitido preparar una colección de 120 transparencias. 

Hace un par de años, tuve oportunidad de presentar una charla sobre Fu Manchú en la Conferencia de Historiadores y Coleccionistas de Chicago, en la cual incluí algunas de esas transparencias tomadas casi 60 años antes, y que estoy adjuntando aquí. El apreciado amigo Piuman fue quien me facilitó el material. Vuelvo a agradecer a Lalo su importante y desinteresado aporte. 



















Volviendo a los dichos de Fu Manchú acerca de dedicarse a la fotografía, seguramente ya se había esparcido la noticia, porque por la misma fecha, ya transcurrida la mitad del año 1953, en una nota enviada a la revista Magic Monthly de Hugard, Okito desmentía los rumores que su hijo David había abandonado la magia.

La decisión volvió para atrás en cuestión de un par de meses. Era una carga muy pesada el legado de seis generaciones de magos, para abandonar el arte de la magia de esa manera.

Cerrando la historia: en Septiembre de 1953, Fu Manchú debutaba en el Teatro Esperanza Iris de México con su nuevo y espectacular show: La hija de Satán.

Todo volvía a la normalidad.

Quizás el título de este escrito ha sido algo exagerado, pero aunque por poco tiempo, fue verdad.



22 mayo 2013

Dos maestros: Li - Ho - Chang y Okito

A mediados de 1926, dos grandes magos coincidieron en los escenarios de la ciudad de Rosario, Argentina.

Li Ho Chang (años más tarde Chang) por un lado, y Okito por otro, eran los dos maestros de la magia que competían en los mismos días por un público ávido de magia. Ambos presentaban actos de estilo chino, pero curiosamente ninguno de ellos era oriental. Li Ho Chang había nacido en Panamá, y Okito proveniente de familia holandesa, era 6ª generación de magos.

Lo interesante del caso, era que las salas donde se presentaban, distaban entre sí escasos 400 metros.

Veamos la previa.

Entre 1923 y 1925, Okito estaba recorriendo Europa, y de acuerdo a sus propias palabras, con un show de ilusiones de mayor éxito, y sin perder un solo día de función. Eran 37 minutos de espectáculo, que según el artista, el público literalmente “se comía” desde el comienzo al fin.

El primer viaje del mago Holandés a Sudamérica, había tenido lugar en 1919, en ocasión de un prolongado tour por Uruguay, Argentina, Chile, Paraguay, Bolivia, Brasil, y Colombia.

En su segunda visita al sur del continente americano en 1926, Okito dejaba tras de sí fatigosas presentaciones en importantes ciudades europeas como Londres, París y otras, junto a su hijo David (de nombre artístico Syko en aquel tiempo, y luego famoso como Fú Manchú).

La otra mitad que completa esta historia, es el mago panameño Li Ho Chang, quien más tarde pasaría a ser simplemente Chang.

Es probable que tantos nombres y sus posteriores modificaciones puedan confundir a quienes no están familiarizados con la historia de la magia, pero fue la realidad. 
Hay magos que cambiaron sus nombres artísticos más de 7 veces. 
Crisis de identidad tal vez…?.

Dejando de lado el chascarrillo tonto y volviendo a nuestra historia, Li Ho Chang venía bajando desde el norte de Brasil con un éxito arrollador. Varios magos cuyos recorridos coincidían con el del panameño sufrían las consecuencias de su éxito. El público se repartía, aunque no proporcionalmente, y acudía en masa a ver a Chang.

En el Rosario de 1926, los espectáculos presentados por ambos magos eran bien diferentes.

El Gran Cine Varieté Rosario plantado en el centro de la ciudad, era un amplio recinto donde actuaban los principales artistas de variedades de la época. Las presentaciones tenían lugar en el intermedio de películas, debido a lo cual el tiempo disponible no superaba los 40 minutos.
En las Secciones de Familiar y Noche de mediados de mayo, se anunciaba al celebrado y misterioso personaje japonés, el Mandarín Okito, descendiente de 6 generaciones de magos y Plus Ultra de las atracciones. Toda la China desconocida y tenebrosa revelada por Okito,  $ 200.000 en vestuario. Un espectáculo de misterio.

Artista de primer orden y muy meticuloso en todos los detalles, Okito tenía un show atrayente. Su obra maestra y probablemente su efecto favorito, era sin duda la bola flotante, una ilusión maravillosa, donde una esfera de 30 cm de diámetro se desplazaba en el espacio escénico bajo la influencia del mago. 

Otras de sus rutinas eran el papel roto y recompuesto, la Pesca aérea, donde pequeños pececitos aparecían en un anzuelo colocado en el extremo de una larga caña de pesca, la producción de bowls llenos de agua, y producciones diversas, todo ello ocurriendo en las propias narices de los espectadores.

Los dos shows del Mandarín, se presentaban entre los films Carlitos en las termas, interpretada por el genial Chaplin, Una noche morrocotuda por el comediante Jimmy Aubrey, y Una granja en la azotea actuada por Lee Moran.

Como decía al inicio, a escasos 400 metros, la contracara de esta historia, Li Ho Chang publicitado como célebre ilusionista chino, con su gran espectáculo fantástico de magia moderna y oriental, hacía su debut en el Teatro Colón, hermosa y espaciosa sala, donde también se representaban espectáculos operísticos.

Se trataba de otro espacio escénico, que ofrecía la posibilidad de un espectáculo con producción más elaborada. 

Contrastando con las salas, la propaganda de Okito fue mucho más profusa.

La Primera Sección del espectáculo de Li Ho Chang, incluía los siguientes efectos e ilusiones: El Palacio encantado, Una noche en Pekín, La Caja de la muerte, seguía la Segunda Sección en la que presentaba La Caja clavada, Cuentas matemáticas, El Gabinete de los espíritus. En la última parte uno de los efectos que más impactaba en el público era El fusilamiento de una señorita. Finalizaba con el macabro baile de los esqueletos sobre las cabezas de los espectadores.
El fusilamiento de una señorita, uno de las más sensacionales efectos de la época, y que no debe confundirse con la ilusión conocida como la detención de la bala, consistía en que el mago disparaba un proyectil marcado e identificado, a través del cuerpo de una ayudante, incrustándose sobre un blanco colocado detrás de la chica. Para que no quedaran dudas que se traba de misma bala la que salía del fusil y que impactaba sobre el blanco, el proyectil tenía adherida una brillosa cinta, la cual, después del disparo podía verse que atravesaba claramente el cuerpo de la chica y continuaba hasta el blanco.

Ambos magos conquistaron desde el primer momento la simpatía y ovación de la numerosa concurrencia que asistió a ambas salas.

Fiel a su costumbre, Li Ho Chang destinaba la función más temprana de los días domingos al público infantil, con prioridad para los niños desvalidos del Hogar del Huérfano, causa por la cual fue muy querido y recordado en Rosario. Agregado a lo anterior, su humildad y carisma, lo convirtieron en uno de los magos preferidos de nuestra ciudad.

Okito volvería a Argentina por última vez en 1932, oportunidad en que se presentó junto con su hijo David (ya como Fu Manchú), en el espectáculo llamado “Okito presenta a Fú Manchú”. Durante 6 meses recorrieron localidades del interior del país, pasando luego a Brasil, desde donde Okito retornó a Europa.

Por su lado el panameño Li Ho Chang, volvería en varias oportunidades a Argentina y por supuesto a Rosario, donde fue muy recordado, aún hasta la actualidad.