03 septiembre 2014

Enrique Moya

Pasado mediados de 1884 llega a Rosario un artista, cuya estrategia publicitaria era muy parecida a la de los grandes magos de la época.

Enrique Moya fue un mago español que recorrió América del Sur y presentó su espectáculo en Rosario varias veces.

Dos días antes del debut en el Teatro Opera de Rosario, Moya se hizo presente en varios lugares, para conseguir buena prensa y publicidad gratis. Uno de ellos fue el Club Social, lugar de reunión de la élite de la ciudad, donde el mago desplegó sus habilidades ante un buen número de socios.

Moya en el Mercado Sud

Especie de mercado turco, el Mercado Sud era un espacio donde decenas de puesteros de todo tipo y actividad, ofrecían su mercancía. Acudía allí toda una multitud de personas para realizar sus compras.

El sábado 19 de julio, Moya publicitó su presencia en aquel sitio, debido a lo cual un gentío se arremolinó en torno al mago.

La visita a primera hora de la mañana, quedó registrada en los periódicos.

“En la mañana de ayer, el prestidigitador señor Moya, hizo una visita al Mercado Sud, y desde que entró empezó a llamar la atención.
Pocos pasos había dado, cuando acercándose a una persona que allí estaba parada, le rozó el brazo y encarándose con ella le preguntó:
- ¿Dígame señor, que hora tiene?
- El individuo echó mano a su reloj, pero sorprendiéndose de no encontrarlo en su bolsillo y pálido de cólera le contesta:
- Ud. me ha robado el reloj...
- ¿Yo señor? (dice Moya). Perdone, Ud. se equivoca.
- Sí señor; Ud. es un ladrón.
Y en ese momento, se había reunido un numeroso grupo atraído por las voces de ambos.
Unos decían: es un caballero; otros: que lástima, y tan buena figura que tiene.
En el acto se apareció un oficial del piquete (policía), y dirigiéndose a Moya le dijo:
- Bueno señor, es necesario registrarlo a ver si tiene el reloj.
- A mí no me registra nadie, gritó Moya, yo soy honrado.
- Sí, todos somos honrados, pero un reloj ha desaparecido y el dueño dice que Ud. se lo ha robado.
El grupo se hacía más numeroso, vino el comisario, y todos rodeaban a Moya para que no se escapara.
A ese tiempo, pasa cerca de él un muchacho con una canasta con verduras, carne y pescado, y Moya de un salto le arrebata un pejerrey y dice a los del grupo:
- Ven señores, yo no tengo culpa en este hurto, y partiendo el pescado, sacó del vientre el reloj con la cadena, entregándosela a su dueño.
Un ¡bravo! unánime resonó, y Moya se retiró satisfecho, yendo a otro extremo y haciendo otras suertes.”    Periódico La Capital, domingo 20 de julio de 1884.

Al igual que Herrmann, Moya y otros tantos magos, apelaban a aquel recurso, que tanta publicidad favorable le significaba en el boca a boca.

El Teatro Opera (ex Teatro Litoral), había sido inaugurado con ese nuevo nombre en 1879. Sus luminarias, brazos de bronce con 3 luces cada una, iluminaban “a giorno” las instalaciones, y fue en ese lugar donde tres días después, debutaba el español ante un público numeroso.

Aunque no se publicó el programa en los periódicos, un comentario del cronista de espectáculos, apuntaba que su presentación se componía de 12 suertes de efecto y bonitas combinaciones.

Algunas de las pruebas que obtuvieron gran éxito por la limpieza de Moya fueron:
* El paso del negro
* Aparecerá en su bolsillo
* El gran escamoteo
* El huevo chino

Con una concurrencia satisfecha, Moya demostraba que era un prestidigitador notable.

Una crónica en la cual se hacía mención a magos mundialmente famosos que pasaron por Rosario, hacía referencia y comparaciones acerca de la destreza de Enrique Moya,
 “...Muchos prestidigitadores han llegado hasta el Rosario, y también han demostrado sus habilidades y sorprendentes suertes de escamoteo: Castiglione, Canonge, Alex Herrmann, y el viejo Carl Herrmann (hermano del anterior) el mejor de los prestidigitadores del mundo, como ha sido proclamado en todas partes. Pero el público debe saber que la mayor parte de esos mágicos, han trabajado con mesas preparadas, con cubiletes perforados, o aparatos de doble fondo para esconder los objetos que escamoteaban, y que el público no sabía donde habían ido a parar. Los que hemos visto a Moya, podemos juzgar de sus méritos artísticos. Solo, sin ningún ayudante, con el proscenio limpio, y los aparatos sin engaño, Moya hace sus trabajos con sorprendente limpieza, y como prestidigitador, puede ponerse a la par o más arriba de los nombrados...”

Temeraria afirmación la del periodista.

Varios de los mencionados (con la excepción de Alexander Herrmann), basaban sus espectáculos en pura manipulación y destreza manual, por lo cual difícilmente podía aplicarse lo aseverado respecto de mesas preparadas o aparatos de doble fondo.

Pocas líneas se le han brindado a Moya en los tratados de historia de la magia. Sea cual hubiera sido la calidad de Moya, los comentarios le resultaron sumamente favorables.

En algunas oportunidades, y a pedido del público, el prestidigitador tomaba la guitarra y ejecutaba algunas piezas musicales que eran muy apreciadas.

Moya favoreció con su obra filantrópica una función que realizó en beneficio de la Sociedad Protectora de los niños desvalidos.

El retorno

Después de 6 años, en 1890, Moya volvió a Rosario, esta vez al Teatro Olimpo ubicado en calle Mitre, casi esquina Urquiza.

Como en su anterior visita, y previo al debut en el teatro, realizó alguna de sus suertes en reuniones sociales de distinguidas familias, y petit soirées a las cuales fue invitado, lo cual permitió que todas las localidades fueran vendidas con días de anticipación.

Enrique realizó una modificación poco común entre los prestidigitadores de la época: su innovación consistió, en presentarse con las mangas del frac remangadas arriba del codo, de manera que el público podía observar que en las mangas nada había oculto.

Todo era habilidad, Moya hacía aparecer de la nada, objetos escamoteados de cualquier prenda de los espectadores.

Remataban las crónicas:
“… siendo la conclusión mas que clara: “¡Moya ilusiona con sus suertes!, y ése es el mejor elogio que se le puede brindar a un prestidigitador.”

Moya en Sudamérica

Dos años más tarde, el español se presentó en Chile, Uruguay y Brasil.

Carlos Da Costa Britos, mago y escritor brasilero, afirmaba que Moya era el único mago que trabajaba sin los recursos de aparatos, y que todo lo realizaba a manos desnudas, asegurando que era discípulo del célebre Prof. Dr. Carl Herrmann.

En 1896 instaló en Río de Janeiro, la primera sala permanente de cine en Brasil, o sea poco tiempo después que los hermanos Lumiére realizaran el lanzamiento del cine en París.

Mi reconocimiento al recordado amigo Enio Finochi de Brasil, quien me suministró los datos de Moya en su país.