Magia y circo siempre han estado relacionados íntimamente.
Desde la época de los magos itinerantes, los artistas de circo han mezclado en su espectáculo, maravillas de equilibrios, malabarismo, contorsiones, fakirismo, incluyendo también los misterios de la magia.
La que sigue es solo una historia divertida de circo.
No creo que aporte demasiado bajo el punto de vista histórico, pero vale como anécdota graciosa, por lo rico del personaje 40 onzas.
El 40 onzas
Érase un joven genovés de físico exuberante, fortachón, y muy habilidoso en el tema de la lucha.
De complexión atlética, comienza a hacerse conocido en su tierra natal, por su afición a la lucha romana.
No había rival que pudiera competir con aquel Hércules.
El origen del mote 40 onzas, se remonta justamente a sus días de joven luchador, cuando en su ciudad natal, se presentó ante un campeón francés de lucha romana, por un premio de 40 onzas de oro.
Ante una multitud enfervorizada, que apostaba desde las tribunas grandes sumas de dinero, aquel novel gladiador dio por tierra con el campeón.
Sin embargo los jueces declararon que la espalda no había tocado el piso, y por lo tanto no podía otorgarse el premio ofrecido, por lo cual se llevó a cabo un nuevo asalto.
Nuevamente el genovés ganó la partida, pero como los jueces no daban el brazo a torcer, el joven forzudo tuvo tendido a su adversario varios minutos, vociferando que si no le entregaban el premio de las 40 onzas no lo dejaría levantar.
Los jueces no tuvieron más remedio que otorgarle el triunfo, y debieron entregarle el premio.
La ovación del público acompañó entonces al Hércules genovés, especialmente quienes habían apostado a su favor, llevándolo en andas en medio de aplausos y vítores, al grito de ¡ Viva el cuarenta onzas !, ¡ Viva el cuarenta onzas !.
De allí en más su apodo de 40 onzas, lo acompañó hasta su muerte.
Su nombre era Pablo Raffetto (1842 - 1914), quien en 1869 recaló en Argentina, donde se radicó hasta su muerte.
Uno de sus números más originales era el “disparo del cañón”: Un pequeño cañón de aproximadamente 250 kilogramos de peso, era cargado con su correspondiente proyectil y con algo mas de medio kilogramo de pólvora.
Raffetto colocaba el arma en forma cruzada sobre sus hombros, y entonces se producía el disparo.
Nadie pudo, salvo el, repetir aquella hazaña tan promocionada en los periódicos de la época.
Las anécdotas de Don Pablo pueden contarse de a cientos, y muchas de ellas ocurrieron en Rosario, donde gerenciaba el llamado Politeama Humberto I.
Mas que una sala de espectáculos, tratábase de un galpón donde se presentaban casi todos los circos que pasaban por la ciudad.
Para acceder al citado galpón, había que cruzar un largo patio descubierto, el cual resultaba poco cómodo en época de lluvia, porque los espectadores terminaban mas que remojados, antes de llegar a la sala donde se desarrollaban las funciones.
Muy emprendedor y lleno de inquietudes, cuando se retiró como luchador, se convirtió en director de pista y luego en empresario circense.
Su castellano completamente cruzado con su genovés original, hacía que la gente se destornillara de la risa, en sus graciosos diálogos con los payasos en la pista.
Fue uno de los pioneros del circo criollo argentino.
Los magos japoneses, propaganda e incendio
Como detalle anecdótico, en Europa, y como propaganda de los circos, se usaba por aquellos tiempos los avisadores en las calles.
Incluía la citada actividad entre otros curiosos personajes, a los famosos hombres sándwiches, quienes portaban carteles publicitarios sobre pecho y espalda, colgando de sus hombros.
Pero en la ciudad de Berlín en Alemania, tenían un puesto distinguido los avisadores de calles con paraguas, y ataviados con vestimenta especial.
El uso de paraguas era similar al estilo de la actual fórmula 1, o de importantes encuentros deportivos futbolísticos, aunque los avisadores han sido desplazados por hermosas damas, que “incrementan el valor publicitario” en mi opinión.
En la fotografía se puede observar a dos de aquellos avisadores, anunciando la pantomima “A través de parís”, que era representada en el Circo Schumann.
Volviendo a nuestro personaje, en 1887 en Rosario, debuta en el Politeama Humberto I de Raffetto, la Imperial Compañía Japonesa.
El popular 40 onzas, quería que todos se cercioraran que los japoneses que había importado eran verdaderos, por lo cual trataba de demostrar que solo se mantenían a arroz hervido, y que sus largas trenzas eran reales.
A toda hora podía verse a los orientales empachándose con kilogramos y toneladas de arroz, y acomodándose sus trenzadas coletas en la puerta del establecimiento.
Pero Raffetto iba mas allá, y paseaba a los japoneses por las calles de la ciudad en dos grandes jardineras (especie de carruaje abierto y con toldo), acompañados por una banda de música, cuya principal excelencia, en opinión del periódico local, era tener pulmones de acero, porque desafinaban como pocos.
Para más datos, el empresario pregonaba con desaforados gritos, los exóticos nombres de pila de los artistas:
Ka Chi Tkin
Chin Prink Thi
Kutk Rintkn Chiptk, y otros varios por el estilo.
Vaya a saber uno si eran los verdaderos, pero lo que era cierto que tales nombres, motes, o apelativos, seguramente no serían recordados por nadie al segundo de haberlos oído.
Lo que sí llamaba poderosamente la atención, era todo aquel recurso publicitario montado por el 40 onzas, un tanto diferente al utilizado en Europa.
Pero así era Raffetto, todo un personaje.
Se ocupaban los japoneses de equilibrios sobre alambres, acrobacias con distintos elementos, y también ejecutaban pruebas de magia.
Durante una de las funciones, se produjo una gran alarma entre los espectadores, debido a la imprudencia de uno de los artistas orientales.
El circo estaba lleno hasta el tope de niños pequeños, la mayoría de ellos acompañados por sirvientes.
En esa circunstancia, uno de los japoneses ejecutaba una prueba de prestidigitación, incendiando unas tirillas de papel, para después de una explosión, hacer aparecer una larga cinta.
Pero otro de los artistas, parándose en el centro de la pista gritó a viva voz: ¡ Fuego!, ¡ Fuego !, ¡ que se quema el circo !.
Podemos imaginar el susto de la concurrencia, y como debe haber salido disparado todo el público hacia la salida.
En realidad, se trataba de una falsa alarma, ante un principio de incendio en uno de los camarines, pero pronto fue sofocado.
Quizás todo fue preparado, porque durante toda una semana la prensa solo habló del incendio y de los japoneses, y el Politema rebalsó de público en cada función, a pesar que de ser cierto lo del fuego, podía haber ocurrido toda una desgracia.
19 noviembre 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tus comentarios.